La Casa de los Espantos ...
La Casa de los Espantos.
A espaldas de la Catedral de Santiago, se levanta una vieja casona construida a finales del siglo XVII, la construcción que en la actualidad comparten Cáritas de Catedral y el INAH, por muchos años permaneció deshabitado y envuelto en velo de misterio que ahuyentaba a los vecinos.
Posterior a la Revolución, un Capitalino adquirió la casa para remozarla y habitarla. Sin embargo, al poco tiempo los rumores acerca de fantasmas que sobre la casa se difundían, lo desanimaron.
A pesar de su temores y lejos de venderla, se armo de valor y para terminar con los cuentos, él y dos de sus amigos que alardeaban de ser escépticos en cuestiones sobrenaturales, se introdujeron una noche a la mansión con el fin de permanecer hasta el amanecer y comprobar la falsedad de los espantos.
A la medianoche, cuando los tres valientes se concentraban en un juego de cartas, un resplandor que se escapaba por la rendija de una estropeada puerta que conducía a una de las recamaras, les helo la sangre.
Casi inmovilizados por lo que sus ojos percibían, pudieron incorporarse y caminar hasta la puerta en busca del origen de la luz. Al acercarse, observaron un escalofriante y espectral espectáculo.
Del otro lado de la puerta, una habitación acondicionada a la usanza del siglo XVII había aparecido, como proyectada por un cinematógrafo. Junto a una mesa una hermosa mujer redactaba una carta a la luz de la vela y a su lado, sobre una cuna, un niño dormía con serenidad.Repentinamente, un hombre de capa larga y sombrero salio de entre las sombras. Doña Leonor - la mujer que escribía - asustada mas por la sorpresiva entrada, que por ver aquel hombre, don Gonzalo, que era su esposo, esconde el documento.Don Gonzalo, quien sufría de celos enfermizos, al ver que su mujer había escondido un papel escrito, cuyo destinatario, seria su madre, perdió los estribos al sospechar que las líneas estaban dedicadas a un amante. De un certero movimiento desenvaino su espada y la hundió, primero en el pecho de su mujer y después en el endeble cuerpo de su hijo.
Acto seguido, llamo a su mayordomo y le pidió que cavara un hueco sobre la pared, donde esconderían los cuerpos y con ellos, los vestigios de su horrendo crimen. Al concluir la labor, don Gonzalo y su fiel servidor huyeron de la casa y después de Saltillo.
Los asustados espectadores abandonaron despavoridos el lugar, sin poder dar crédito a lo sucedido. Al día siguiente regresaron, esta ves con las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad.
Se introdujeron en la propiedad y al derruir el muro que la noche anterior les había indicado, los esqueletos de doña Leonor y el bebe aparecieron.
Entonces, las osamentas fueron llevadas al campo santo y tan pronto recibieron sepultura, las animas descansaron y dejaron de aparecer en la casona.
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